viernes, 9 de septiembre de 2016

La Religión Demostrada VI: No hay más que una Sola Religión Buena







LA RELIGIÓN DEMOSTRADA


LOS FUNDAMENTOS DE LA FE CATÓLICA
ANTE LA RAZÓN Y LA CIENCIA



P. A. HILLAIRE


Ex profesor del Seminario Mayor de Mende
Superior de los Misioneros del S.C.





DECLARACIÓN DEL AUTOR

Si alguna frase o proporción se hubiere deslizado en la presente obra La Religión Demostrada, no del todo conforme a la fe católica, la reprobamos, sometiéndonos totalmente al supremo magisterio del PAPA INFALIBLE, jefe venerado de la Iglesia Universal.

A. Hillaire.





T E R C E R A V E R D A D
EL HOMBRE NECESITA DE UNA RELIGIÓN


La religión es necesaria al hombre. – No hay más que una religión verdadera y buena. – La verdadera religión ha sido revelada por Dios. – Señales por la cuales se la puede conocer.



IV. NO HAY MÁS QUE UNA SOLA RELIGIÓN BUENA.

71. P. ¿Pueden existir varias religiones buenas?

R. No; pues no puede haber sino una sola religión verdadera. Así como no hay más que un solo Dios, no hay más que una sola verdadera manera de honrarle; y esta religión obliga a todos los hombres que la conocen.

1° Una religión, para ser buena, debe agradar a Dios. Pero como Dios es la verdad, y una religión falsa no podría agradarle, no puede aprobar una religión fundada sobre la mentira y el error.

2° No puede existir más que una sola religión verdadera, pues la religión es el conjunto de nuestros deberes para con Dios, y estos deberes son los mismos para todos los hombres. Y, a la verdad, estos deberes nacen de las relaciones existentes entre la naturaleza de Dios y la naturaleza del hombre. Pero como la naturaleza de Dios es una, y la naturaleza humana es la misma en todos los hombres, es evidente que los deberes tienen que ser los mismos para todos. Por consiguiente, la verda-dera religión es una y no puede ser múltiple. Las formas sensibles del culto pueden variar; la esencia del culto, no.

3° Toda religión comprende tres cosas: dogmas que creer, una moral que practicar y un culto que rendir a Dios. Si dos religiones son igualmente verdaderas, tienen el mismo dogma, la misma moral, el mismo culto; y entonces ya no son distintas.

Si son distintas, no pueden serlo sino por enseñar doctrinas diferentes acerca de una de estas materias y, en este caso, ya no son igualmente verdaderas. Por ejemplo, a esta pregunta: ¿Jesucristo es Dios? – Sí, dice un católico; – puede ser, dice un protestante racionalista: – no, contesta un judío; – es un profeta como Mahoma, añade un turco... Estos cuatro hombres no pueden tener razón a la vez; evidentemente uno solo dice la verdad. Luego las religiones que admiten, aunque sólo sea una sola verdad dogmática diferente, no pueden ser igualmente verdaderas.

Lo que decimos del dogma, hay que afirmarlo también de la moral: no hay más que una sola moral, puesto que ha de fundarse en la misma naturaleza de Dios y del hombre, que no se mudan. Lo mismo debe decirse del culto, por lo menos en cuanto a sus prácticas esenciales.

Cuando los protestantes dicen: – Nosotros servimos al mismo Dios que los católicos, luego nuestra religión es tan buena como la suya. – contestamos: – Ciertamente, ustedes sirven al mismo Dios, puesto que no hay más que uno, pero no le sirven de la misma manera, lo le sirven de la forma con que quiere ser servido – Ahí está la diferencia... Dios es el Señor, y el hombre debe someterse a su voluntad.

Los que dicen que todas las religiones son buenas, no ven en la religión más que un homenaje tributado a Dios, y piensan erróneamente que cualquier homenaje le es grato. Olvidan que la religión encierra verdades que creer, deberes que cumplir y un culto que hay que tributar. Y es claro que no pueden existir varias religiones de creencias contradictorias y de prácticas opuestas que sean igualmente verdaderas porque la verdad es una sola, y Dios no puede aprobar el error.


OBJECIÓN : 1° Todas las religiones son buenas.

R. ¿Acaso todas las monedas son buenas? ¿No hay que distinguir entre las verdaderas y las falsas? Pues lo mismo sucede con la religión. Pero como la moneda falsa supone la buena, así las falsas religiones suponen la verdadera.

Si todas las religiones son buenas, se puede ser católico en Roma, anglicano en Londres, protestante en Ginebra, musulmán en Constantinopla, idólatra en Pekín y budista en la India. ¿No es esto ridículo? ¿No es afirmar que el sí y el no son igualmente ciertos en el mismo caso?

Decir que todas las religiones son buenas es un absurdo palpable, una blasfemia contra Dios, un error funesto para el hombre.

1° Un absurdo. Es cierto que en las diferentes religiones hay algunas verdades admitidas por todos, como son: la existencia de Dios, la espiritualidad del alma, la vida futura con sus recompensas y castigos eternos. Pero, ellas se contradicen en otros puntos fundamentales. El católico, por ejemplo, afirma que la Iglesia tiene por misión explicarnos la palabra de Dios encerrada en la Biblia, mientras que el protestante declara que todo cristiano debe interpretar por sí mismo la palabra divina y forjarse una religión a su manera...

Podríamos citar indefinidamente las divergencias contradictorias de las diversas religiones. Pero es evidente que dos cosas contradictorias no pueden ser verdaderas, porque la verdad es una, como Dios, y no se contradice. Si la Iglesia ha recibido de Jesucristo la misión de explicarnos la Biblia, no queda a la voluntad de cada cristiano el interpretarla a su manera... Es absurdo decir que el sí y el no pueden ser igualmente ciertos sobre el mismo punto. Mas como lo que no es verdadero, no es bueno, porque la mentira y el error de nada sirven, debemos concluir que, no pudiendo todas las religiones ser verdaderas, no pueden ser todas buenas.

2° Una blasfemia contra Dios. Decir que todas las religiones son buenas, no es solamente contradecir el buen sentido, sino blasfemar contra Dios. Es tomar a Dios por un ser indiferente para la verdad y para el error. Se supone que Dios puede amar con igual amor al cristiano, que adora a su Hijo Jesucristo, que al mahometano que le insulta; que debe aprobar al Papa, que condena la herejía, y a Lutero, a Calvino y Enrique VIII, que se rebelan contra la Iglesia; que bendice al católico, que adora a Jesucristo presente en la Eucaristía, y sonríe al calvinista, que se burla de ese misterio... Pero atribuir a Dios semejante conducta es negar sus divinos atributos; es decir, que trata a la mentira como a la verdad, al mal como al bien, y que acepta con las misma complacencia el homenaje y el insulto... ¿No es esto una blasfemia estúpida?

3° Un error funesto para el hombre. Para llegar a la felicidad eterna debe el hombre seguir el camino que a ella le lleva; y sólo la religión verdadera es el camino que lleva al cielo. ¿No es una gran desgracia errar el camino?... ¡Y si al menos, llegados al término se pudiera desandar lo andado!... Pero si uno yerra por su culpa, se ha perdido para toda la eternidad.

La indiferencia, al enseñar que se pueden seguir todas las religiones, propende a alejar al hombre de la verdadera religión, del único medio de alcanzar su meta. Es, por consiguiente, un error funesto.


2° SUELE OBJETARSE TAMBIÉN : Un hombre honrado no debe cambiar de religión: hay que seguir la religión de los padres.

R. Cada uno puede y debe seguir la religión de sus padres, si esta religión es verdadera; pero si es falsa, hay obligación de renunciar a ella, para abrazar la verdadera.

Así, cuando uno ha tenido la dicha de nacer en la verdadera religión, no necesita cambiar de creencias, y debe estar pronto a derramar hasta la última gota de su sangre, antes de apostatar. Pero cuando no se ha tenido la dicha de nacer en la verdadera religión, si uno llega a conocerla es absolutamente necesario, so pena de falta grave, abandonar la falsa religión y abrazar la verdadera.

El deber más sagrado del hombre es el de seguir la verdad desde el instante mismo en que la conoce: ante todo, hay que obedecer a Dios. Abandonar la falsa religión para seguir la verdadera, es acatar la voluntad de Dios y, por consiguiente, cumplir el más sagrado de los deberes. Sin duda nada merece tanto respeto como las creencias de nuestros padres; pero este respeto tiene sus límites, los límites de la verdad. Nadie está obligado a copiar los defectos de los padres. Si tu padre es ignorante, ¿es necesario acaso que, por respeto, permanezcas ignorante como él? La salvación es un asunto personal, individual, del que cada uno es responsable ante Dios.

Las causas por las cuales se descuida abrazar la verdadera religión son: el respeto humano, los intereses temporales, el deseo de seguir las propias pasiones; pero, evidentemente, estas causas son malas y, por tanto, hay que sacrificarlas para cumplir la voluntad de Dios y salvar el alma.


72. P. ¿Está obligado el hombre a buscar la verdadera religión?

R. Sí: el hombre está rigurosamente obligado a buscar la verdadera religión, cuando duda seriamente de que no profesa la verdadera.

1° Es un hecho que hay hombres que creen profesar la verdadera religión, y otros que tienen dudas sobre el particular. Ahora bien, los que se creen sinceramente en posesión de la verdad, no tienen obligación de inquirir cuál sea la verdadera religión. Si de hecho no la poseen, su buena fe los excusa, mientras no tengan ninguna sospecha de estar en el error.

2° Los que dudan seriamente, están en la obligación rigurosa de aclarar sus dudas. El hombre debe practicar una religión: sólo una religión es agradable a Dios; luego el hombre está obligado a averiguar cuál es la verdadera religión, como el criado está obligado a indagar la voluntad de su amo para ejecutarla.3° El buen sentido enseña que, cuando están en juegos graves intereses, hay que informarse acerca de los medios de asegurarlos. ¿Y qué intereses más graves que los del alma y de su eterno destino? Yo no puedo arrostrar a sangre fría esta terrible alternativa ante la cual me he de hallar al otro lado de la tumba: una eternidad de tormentos, o una eternidad de dicha. Debo saber por qué medios y en qué religión puedo salvar mi alma. Si permanezco indiferente, mi conducta será la de un insensato.

Puede decirse de la religión lo que PASCAL decía de Dios: “No hay más de dos clases de hombres razonables: los que aman a Dios con todo su corazón, porque le conocen, y los que le buscan de todo corazón, porque no le conocen”.



V . LA VERDADERA RELIGIÓNES LA RELIGIÓN REVELADA

73. P. ¿Cuál es la verdadera religión?

R. La verdadera religión es la que viene de Dios, la que Dios mismo nos ha revelado

1° La verdadera religión debe venir de Dios. En una casa, el padre, cabeza de familia, es el que debe mandar; él es quien debe dictar leyes a su familia. El extraño que quisiera arrogarse ese derecho, sería un usurpador. El soberano es quien debe imponer el ceremonial que debe regir en la corte. Ahora bien, Dios es el padre y el rey de la familia humana: luego a Dios sólo compete el derecho de regular el culto que el hombre está obligado a tributarle; a Él sólo determinar el modo como quiere ser honrado; a Él sólo corresponde el derecho de decirnos cuáles serán las plegarias y sacrificios gratos a su divinidad. Todos los fundadores de religiones no son más que aventureros o usurpadores de un poder esencialmente divino.

2° Dios nos enseña de dos maneras: por la razón y por la revelación.

a) La razón. El hombre, por medio de la inteligencia que ha recibido, llega a convencerse con certeza de que Dios es su Creador, su Bienhechor y su Señor. De este conocimiento, que se hace patente a la razón del hombre, resulta para él el deber de practicar una religión. 

La religión así establecida por el hecho de la creación del hombre se llama religión natural porque resulta de las relaciones necesarias del hombre con Dios. Puede decirse que Dios es el Autor de esta religión, porque Él es el autor de la razón y de la voluntad, en que tienen su fuente los principios y sentimientos religiosos. Así, la religión existe por derecho natural y, como hemos probado, la falta de religión es, a la vez, un crimen contra la naturaleza y una rebelión contra Dios.

b) La revelación. El padre de familia no desampara a sus hijos sin darles una educación e instrucción convenientes. ¿Quién podrá decir que Dios, después de haber creado a los primeros hombres, los dejó entregados a las solas luces de su razón, si enseñarles las verdades y los mandatos de la religión? Tal suposición carece de toda probabilidad. Es evidente que Dios puede enseñarnos las verdades y los preceptos de la religión natural. Pero, ¿no podría Dios revelarnos verdades nuevas, verdades que la creación no manifiesta, e imponernos nuevos deberes?... Nadie puede razonablemente dudarlo. La religión revelada es la que encierra las verdades y los preceptos que Dios nos hace conocer de una manera sobrenatural,
exterior, expresa y positiva.

Los deístas, los racionalistas, los materialistas, los librepensadores y los modernistas sostienen que la revelación es imposible y, además, inútil. Para todos estos incrédulos, la razón humana es el árbitro de lo verdadero y de lo falso, de lo bueno y de lo malo. Ella es su propia ley; no necesita de ajenos auxilios para procurar el bien de los hombres y de los pueblos. Para refutar todos estos errores, vamos a demostrar:

1° Que la revelación es posible.
2° Que es necesaria.
3° Que Dios, de hecho, ha revelado una religión.
4° Que el hombre está obligado a practicar esta religión revelada.



§ 1 ° NATURALEZA Y POSIBILIDAD DE LA REVELACIÓN

74. P. ¿Qué es la revelación?

R. La revelación es la manifestación de las verdades religiosas que Dios hace al hombre, fuera de las leyes ordinarias de la naturaleza.

La palabra revelar significa apartar el velo que cubre un objeto; es decir, manifestar a alguien una cosa que él ignoraba o que había olvidado. Dios revela, cuando manifiesta a nuestra inteligencia verdades hasta entonces desconocidas olvidadas o mal comprendidas.

La revelación es la manifestación de las verdades religiosas, porque Dios no revela más que verdades o hechos históricos útiles para la salvación de los hombres. Deja de un lado las artes y las ciencias, que sirven únicamente para la vida temporal.

Se añade: Fuera de las leyes ordinarias de la naturaleza, para distinguir la revelación de que se trata aquí, de la revelación natural, que se hace por la luz de la razón, y por los otros medios naturales otorgados al hombre para adquirir conocimientos. La revelación es un acto sobrenatural de Dios, mediante el cual manifiesta a los hombres las verdades de la religión, sea que nos hable directamente Él mismo, sea que nos hable indirectamente por medio de enviados. En el primer caso, la revelación es inmediata; y mediata cuando Dios nos habla por embajadores o legados.


75. P. ¿Puede Dios hablar a los hombres?

R. Sí; porque Dios todo lo sabe y todo lo puede. No se puede negar la posibilidad de la revelación sin negar la ciencia o el poder de Dios: su ciencia, suponiendo que no tenga nada que enseñarnos; su poder, negándole una facultad que posee hasta el hombre mismo

Una simple observación de buen sentido basta para probar la posibilidad de la revelación.

1° Es evidente que Dios, poseyendo una inteligencia infinita, debe conocer verdades inaccesibles a la nuestra, que es limitada; al modo que el firmamento contiene astros a los que no alcanza nuestra vista. Sería insensato decir que el hombre sabe todo lo que Dios sabe, ve todo lo que Él ve y comprende todo lo que Él comprende. Es natural, por tanto, que Dios tenga muchas verdades que enseñar a los hombres.

2° Es evidente también que Dios debe poder lo que puede el hombre; ahora bien, el hombre ha recibido de Dios la facultad de comunicar sus pensamientos a sus semejantes: el padre instruye a sus hijos, el maestro, a sus discípulos; ¿y por qué ha de ser difícil para Dios instruir al hombre, su criatura inteligente?... El sabio puede transmitir al ignorante los secretos de la ciencia, ¿y será posible que Dios carezca de los medios necesarios para hacernos conocer los misterios de la vida divina y los secretos de su voluntad? El hombre acepta la ciencia profana, fundándose en el testimonio de los sabios: ¿y por qué rehusará aceptar la ciencia de la religión, basada en el testimonio de Dios?

3° Es evidente también que la revelación, tan lejos está de aniquilar o inutilizar la razón, que, al contrario, la supone y exige. ¿Puede, acaso, decirse que el telescopio destruye la vista, porque aumenta su alcance y le hace ver astros escondidos hasta entonces en las profundidades del cielo? El telescopio supone el ojo y lo perfecciona; y la relevación supone la razón, la perfecciona y enriquece, manifestándole verdades sublimes e importantes, que no puede descubrir con sus solas fuerzas.


§ 2 ° NECESIDAD DE LA REVELACIÓN

76. P. ¿Es necesario que Dios revele la religión?

R. 1° Sí; la revelación es moralmente necesaria al género humano para conocer prontamente, con certeza y sin mezcla de error, las verdades y los preceptos de la religión natural.

2° Si Dios quiere elevar al hombre a un fin sobrenatural, la revelación se hace absolutamente necesaria para conocer este fin y los medios de alcanzarlo.

La necesidad moral supone para el hombre una dificultad muy grande, pero no invencible, para llegar al conocimiento completo y cierto de las verdades de la religión natural.

La necesidad absoluta supone la imposibilidad, la impotencia radical para conocer las verdades de la religión sobrenatural.

 Necesidad moral de la revelación para la religión natural. No hay duda de que la razón puede, con sus propias luces, conocer la existencia y la unidad de Dios, la inmortalidad del alma, la obligación de la ley moral sancionada en la otra vida... Pero la inmensa mayoría del género humano no puede, sin la revelación, llegar fácilmente al conocimiento pronto, cierto y completo de las verdades y de los preceptos de la religión natural.

Se prueba por la razón. 1° Sin la revelación, pocos hombres llegarían a este conocimiento. En efecto, los unos son de una inteligencia demasiado limitada; los otros están demasiado distraídos por los quehaceres domésticos, por las necesidades de la vida, por los cuidados temporales; otros, finalmente, son perezosos, indolentes, enemigos del estudio: la mayor parte no podría o no querría resolverse al rudo trabajo necesario para hallar estas verdades, que son, sin embargo, tan trascendentales.

2° Si falta el auxilio de la revelación, los hombres, aun los más inteligentes, los mejor dispuestos, no estarían suficientemente instruidos sino después de un prolongado estudio, y solamente en la edad en que las pasiones, más calmadas ya, dejan al espíritu todo el vigor. Ellos pasarían, al menos todo el tiempo de su juventud, en la ignorancia de las verdades más necesarias para la regla de la vida.

3° Si falta la revelación, los hombres no pueden llegar a conocer las verdades religiosas con certeza y sin mezcla de error. La razón, aun la de los hombres más sabios, es muy débil; duda acerca de muchas cosas. De buena fe, o maliciosamente, mezcla sofismas a sus raciocinios. Un gran número de filósofos antiguos y modernos, se han equivocado de la manera más grosera y se han contradicho a sí mismos; después de haberlos oído, no se sabe a qué atenerse. Ninguno ha dado uncódigo de la ley moral completo, claro, cierto en sus reglas y sanción, y por consiguiente, eficaz. Es pues, moralmente necesario que Dios hable, para que el conocimiento de la religión sea cierto, pronto y común a todos los hombres.

Se demuestra, además, por la historia. La historia confirma la impotencia relativa de la razón humana. Veinte siglos de paganismo nos muestran a qué se reduce el hombre privado de los auxilios de la revelación. Los pueblos más sabios, los egipcios, los caldeos, los griegos y los romanos, admitían los más monstruosos errores. Se adoraba a dioses absurdos, a animales, a árboles, a plantas; se divinizaban los vicios; se inmolaban víctimas humanas; las leyes autorizaban la muerte de los niños, de los esclavos, de los gladiadores. El culto de los falsos dioses estaba manchado con indecibles infamias; la injusticia, la tiranía, la corrupción eran profundas, y únicamente el verdadero Dios carecía de templos y de altares.

Aun en nuestros días, donde no ha penetrado el cristianismo, reina el paganismo con sus errores y degradaciones morales. Lee la historia de los pueblos y civilizaciones de Asia; por todas partes, entre los persas, los chinos, los japoneses, etc., hallarás las mismas aberraciones acerca de la divinidad y del culto que le es debido, las mismas prácticas degradantes para la humanidad...

CONCLUSIÓN . La revelación está, pues, muy de acuerdo con la sabiduría y la bondad divinas, porque un Dios sabio y bueno no deja a sus criaturas privadas de los medios convenientes para el cumplimiento de sus destinos. Tan lejos está de ser inútil la revelación, como sostienen los racionalistas, que, al contrario, es sumamente necesaria para que las verdades religiosas y morales sean conocidas por todos, fácil y prontamente, con certeza y sin mezcla de error.


OBJECIÓN : Los filósofos, los sabios ¿no podrían instruir al pueblo?

R. No; porque para ello se necesitaría: 1°, que estuvieran de acuerdo para la formación de un cuerpo de doctrina; 2°, que estuvieran dispuestos a instruir a los ignorantes; 3°, que tuviera la autoridad requerida para hacerse escuchar y para reprimir los vicios.

Pero no sucede así:

1° La historia prueba que los sabios mismos han caído en los errores más groseros acerca de las verdades de la religión y de los deberes que impone. No están de acuerdo ni siquiera sobre las verdades más esenciales... No se puede citar un solo filósofo, ni de la antigüedad pagana ni de los tiempos modernos que haya llegado a compilar un código satisfactorio de religión y de moral. Han demostrado algunas verdades, pero, ¡cuántas otras, no menos importantes, se les han pasado inadvertidas, y cuántos groseros errores no han mezclado con las pocas verdades conocidas!

Los filósofos más ilustres de la antigüedad, Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca, que nunca dejaron de tener en cuenta los restos de la revelación primitiva, sólo nos han legado nociones incompletas y frecuentemente falsas, acerca de las cuestiones que más interesan a nuestra conducta y a nuestros destinos.

Muchos de nuestros “sabios modernos” han descendido a un nivel más bajo que los antiguos. En nombre de la razón, han enseñado los errores más monstruosos y degradantes, como el ateísmo, el panteísmo, al materialismo.

Si los filósofos espiritualistas modernos no han admitido errores tan graves, se debe a que han vivido en pleno Cristianismo y han aprendido el catecismo en su infancia. “Yo no sé por qué se quiere atribuir al progreso de la filosofía la hermosura moral de nuestros libros. Esta moral, sacada del Evangelio, era cristiana antes de ser filosófica”. J.J. ROUSSEAU.

2° Los filósofos jamás han querido instruir al pueblo. Se rodeaban de algunos discípulos escogidos, menospreciando a la plebe. Al contrario, acababan de desviarla de la verdad, rindiendo públicamente a los falsos dioses un culto hipócrita, del que después se burlaban con sus adeptos. Nuestros filósofos modernos (V. Cojín, J. Simón) confiesan que la filosofía se dirige a un número reducido y corre peligro de quedar sin gran eficacia sobre las costumbres.

3° Finalmente, aunque ellos hubieran querido instruir al pueblo, se habrían hallado impotentes para hacerlo. Sus doctrinas eran contradictorias: tantas escuelas, tantos sistemas. Su vida desmentía su doctrina. ¿Y qué misión, qué autoridad fuera de eso, para imponer sus enseñanzas a los demás hombres? “Yo no conozco, dice Voltaire, un filósofo que haya reformado las costumbres, no digo ya de su ciudad, ni siquiera las de la calle en que vive”. La revelación de la religión natural era, pues, moralmente necesaria.


SE DICE TAMBIÉN : Mi razón me basta; no sé qué hace de la revelación.

R. 1° La razón no ha bastado a los más grandes genios del universo para conocer el conjunto de las verdades y deberes religiosos; ¿cómo podría bastaros a vos?

2° La razón ni siquiera es capaz de resolver todas las cuestiones que deben necesariamente formar parte de una religión: a) Debemos un culto a Dios, pero, ¿cuál es la forma de ese culto? – b) Cuando hemos violado la ley moral, tenemos una cuenta que rendir a la justicia divina; pero, ¿podemos esperar el perdón y en qué condiciones? – c) Hay una vida futura con galardones y penas; ¿cuál es la naturaleza de esos galardones y de esas penas? La sola razón no puede responder a estas grandes cuestiones y a otras semejantes.

3° La razón tampoco basta, si Dios revela misterios que creer y si dicta preceptos positivos; en ese caso debemos creer en su palabra divina, acatar sus leyes: nada más justo.

Pero todo esto no prueba que la razón sea inútil; tan lejos está de ser así, que más bien se deduce su imprescindible necesidad, porque ella es la que debe examinar si la religión que se le presenta como proveniente de Dios, lo es en realidad. Aunque la fe, esté por encima de la razón, jamás puede existir entre ellas contradicción alguna real, porque ambas vienen de Dios mismo, fuente inmutable de la eterna verdad, y así ellas mutuamente se auxilian. La razón prueba, protege y defiende la verdad de la fe; la fe, a su vez, libra a la razón de todos los errores, la ilumina en el conocimiento de las cosas divinas, las vigoriza y perfecciona.

2. Necesidad absoluta de la revelación para la religión sobrenatural. – La religión sobrenatural comprende: 1°, misterios, es decir, verdades que creer, a las que nuestra razón no alcanza; 2°, preceptos positivos, que dependen de la libre voluntad de Dios; 3°, un fin sobrenatural, que sobrepasa todos los recursos y todas las exigencias de la naturaleza humana, y aun de toda la naturaleza creada; 4°, medios convenientes para la consecución de este fin sublime.

Ahora bien, es evidente que, sin la revelación, el hombre no puede descubrir estos misterios, ni las órdenes de Dios, ni el fin sobrenatural, ni los medios para conseguirlo. Nuestra razón no tiene más luces que las que brotan de la creación, y en la naturaleza no hay nada que pueda manifestarnos las cosas sobrenaturales. Si place a Dios imponernos esta religión sublime, debe hacérnosla conocer, y el hombre debe creer en la palabra infalible de Dios y someterse a su dominio soberano.



§ 3 ° EL HECHO DE LA REVELACIÓN

77. P. ¿Ha hablado Dios a los hombres?

R. Sí; y es tan cierto que Dios ha hablado a los hombres, como lo es que el sol brilla al mediodía en un cielo sin nubes. La revelación es un hecho histórico mil veces más cierto que todos los que nos presenta la historia. 

Tenemos como prueba la historia de los grandes pueblos: el pueblo judío y el pueblo cristiano, que cuentan con más de 1000 millones de hombres esparcidos por todas las partes del orbe.

La revelación es un hecho histórico y, como todos los hechos, debe ser probado por el testimonio y los monumentos auténticos. Por el contrario, la divinidad de la revelación se demuestra por las señales divinas que la han acompañado, es decir, por los milagros y las profecías.1° El primer testimonio del hecho de la revelación es el pueblo judío, uno de los pueblos más antiguos del mundo. Los judíos afirman que Dios habló al pueblo de Israel por el ministerio de Moisés, y le prometió enviar otro profeta, el Mesías, al que esperan todavía. Toda la historia del pueblo judío supone la revelación divina.

2° Como segundo testimonio del hecho de la revelación, mira en torno tuyo y ve en el mundo entero la humanidad civilizada: más de 1000 millones de hombres, católicos, cismáticos, protestantes, nos dicen a gritos: Dios ha hablado, particularmente por medio de Jesucristo, su Hijo divino hecho hombre, al que nosotros adoramos, y por eso somos cristianos: Jesucristo es el Mesías prometido a Moisés y a los profetas.

Esta incontable generación de nuestros días ha sido precedida por otra generación anterior; ésta por otra, y así sucesivamente durante veintiún siglos. Cortando solamente tres generaciones de 500 millones de cristianos por siglo, tenemos más de , tenemos más de veinte mil millones de hombres que han creído y creen todavía que Dios ha hablado a los hombres. La humanidad cristiana es para nosotros un testimonio perpetuo e irrefutable de la revelación divina.

3° Existe un libro admirable, el más antiguo, el más venerable, el más importante que se conoce en el mundo: se llama la Biblia, o sea, el libro por excelencia.

La Biblia, más que un libro, es una colección de libros que se dividen en dos grandes categorías: los del Antiguo Testamento, anteriores a la venida de Jesucristo, y los del Nuevo Testamento, escritos después de Jesucristo. Estos libros compuestos en distintos tiempos y lugares y por autores diferentes, forman un todo: se encadenan, se explican y se complementan los unos a los otros.

Los cinco primeros libros de la Biblia, llamados el Pentateuco, no cuentan menos de 3.400 años de existencia; resultan, pues, anteriores en más de 500 años a los anales escritos de los pueblos más antiguos. Moisés, autor de los cinco primeros libros, vivió más de mil años antes de Herodoto, el historiador profano más antiguo cuyos escritos hayan llegado hasta nosotros. Lo que da a Moisés una autoridad incomparable es que, después de transcurrir 4.000 años, la ciencia misma viene a confirmar sus narraciones, a pesar de haber intentado mil y mil veces desmentidas. Los recientes descubrimientos hechos por los sabios en Egipto, en Caldea, en Palestina, hacen resaltar aún más la veracidad de la Biblia.

El Antiguo Testamento encierra 40 libros, divididos en tres clases: libros históricos, libros didácticos y libros proféticos.

Los últimos libros de la Biblia, que forman el Nuevo Testamento, datan de hace 2.000 años, y nos narran el nacimiento, la vida, las obras y la doctrina sublime de Jesucristo, el Mesías prometido y anunciado en los primeros libros de la Biblia. 

El Nuevo Testamento contiene los cuatro Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, veintiuna cartas o Epístolas y el Apocalipsis.

Nadie puede dudar de la autoridad, del valor histórico y de la veracidad de la Biblia: los proclama la voz de dos grandes pueblos, el pueblo judío y el pueblo cristiano, cuya existencia sucesiva comprende un lapso de tiempo de más de 3.500 años. Millones de judíos y de cristianos han dado la vida por sostener la veracidad de este libro; y otros millones están prontos a morir por la misma causa. ¿Dónde hay un libro, fuera de la Biblia, cuya veracidad haya sido testificada por millones de mártires?

Este libro rodeado del mayor respeto, guardado con religioso cuidado, como tesoro divino que encierra la palabra de Dios, transmitido a través de los siglos, ya por los judíos, ya por los cristianos, no podía sufrir alteración alguna. Era tan imposible alterar la Biblia, como sería imposible, hoy día, alterar el Código civil de una nación cuyos ejemplares se hallan en poder de todos.

Podemos, pues, concluir que los hechos narrados en la Biblia son absolutamente ciertos. Es así que la Biblia nos narra las obras de Dios, su alianza con el hombre y sus divinas revelaciones. Luego es cierto que Dios ha hablado a los hombres.

N. B. – En todos los apologistas modernos, Cauly, Rutten, Devivier, Poey, Gouraud, etc., pueden verse detalladas las pruebas de la autenticidad, integridad y veracidad de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento. La crítica moderna no se atreve ya a negar la autoridad de los Libros Santos, porque tienen caracteres de veracidad mil veces más notables y seguros que todas las historias del mundo.



RELIGIÓN NATURAL Y POSITIVA

78. P. ¿Se ha contentado Dios con revelar una religión meramente natural?

R. No; Dios ama tanto al hombre, su criatura privilegiada, que ha querido establecer con él relaciones más íntimas, relaciones sobrenaturales y divinas, llamarlo a su fin sobrenatural, que no es otra cosa que la visión intuitiva del mismo Dios en el cielo. Esta religión sobrenatural no es otra que la religión cristiana.

1° El hombre, por su origen y naturaleza, es solamente criatura y ser servidor de Dios. Dios, por una bondad inefable y completamente gratuita ha querido elevarle a una dignidad más alta, la de hijo adoptivo. Más de una vez se ha visto a un príncipe, noble y rico, elegir a un niño pobre para tomarle por hijo adoptivo y heredero de su nombre, de su dignidad y de sus bienes. Más poderoso que estos señores de la tierra, Dios no se contenta con otorgar, a los que adopta, títulos y esperanzas; les comunica una participación de su propia naturaleza, ennoblece y transforma su alma por la gracia santificante. Como el hierro en la fragua toma el brillo y el calor de fuego; como el globo de cristal que encierra una luz, brilla con las claridades de ésta, así, por la gracia santificante que acompaña la adopción divina, el alma recibe una participación de la naturaleza y de la hermosura de Dios.

2° Tal es la gracia de la adopción divina. Este favor lleva otro en pos de sí; el hijo adoptivo se convierte en heredero. Adoptándonos por hijos, Dios nos señala por herencia una participación de su propia felicidad, la visión, cara a cara, de su esencia infinita en el cielo.

3° ¿Estos beneficios son debidos a la naturaleza humana? La misma palabra adopción nos dice que estos favores son dones gratuitos a los que el hombre, no tiene derecho alguno. La adopción, por su naturaleza, es un acto libre de generosidad. El extraño y el siervo, por más que hagan, no pueden adquirir el derecho de ser recibidos en el número de los hijos. Con mayor razón, el hombre no podría naturalmente pretender la filiación divina, porque respecto de Dios toda criatura es infinitamente inferior, esencialmente esclava y dependiente. La herencia celestial, pues, es una participación de la felicidad íntima de Dios, y ni las exigencias de nuestra alma ni los méritos naturales de sus facultades pueden darle derecho alguno a ella. Son beneficios superiores a su naturaleza, y su conjunto constituye un orden que se llama orden sobrenatural, por oposición al orden natural.

N. B. – 1° La religión natural y la religión revelada son distintas; la una no es la otra; pero son inseparables. La religión natural es cimiento y sostén del edificio; la religión sobrenatural es la perfección y el coronamiento.

2° La religión revelada encierra todos los dogmas y todos los deberes de la religión natural; sin embargo, ésta nunca ha existido sin aquella porque Dios, desde el principio, quiso someter al hombre a una religión revelada con un fin y medios sobrenaturales.

3° No solamente no puede existir contradicción entre ellas, sino que reina armonía perfecta, porque una y otra son obra de Dios, autor del orden natural como del orden sobrenatural.


ORDEN NATURAL Y ORDEN SOBRENATURAL

Cada uno de los seres de la creación tiene señalada una función en el universo; tiene su destino, y recibe con su naturaleza los medios que le permitan dirigirse fácilmente y con seguridad a su fin.

El orden es la proporción existente entre la naturaleza de un ser, el fin para el cual ha sido criado por Dios y los medios que le da para alcanzarlo.

Lo natural es lo que viene de la naturaleza, lo que un ser trae consigo al nacer y que debe rigurosamente poseer, sea para existir, sea para ejercer su actividad en vista del fin que le es propio.

Lo sobrenatural es algo sobreañadido, sobrepuesto a lo natural para perfeccionarlo, elevarlo y hacerlo pasar a un orden superior. Así, lo sobrenatural es lo que está por encima del poder y de las exigencias de la naturaleza: es como el injerto que hace que el patrón produzca frutos de una especie superior.

El orden natural para el hombre es el estado de ser racional, provisto de los medios necesarios para alcanzar el fin conforme a su naturaleza.

El orden sobrenatural es el estado al cual Dios eleva al hombre, dándole un fin superior a su naturaleza y medios proporcionados para conseguir este nuevo destino.

I. Orden natural – Un orden supone tres cosas: 1°, un ser activo; 2°, un fin; 3°, los medios para alcanzar este fin.

En el orden natural, el hombre obraría con las solas fuerzas de su naturaleza. Tendría por fin, por destino, la Verdad suprema y el Bien absoluto, es decir, Dios; un ser inteligente no puede encontrar en otra parte la felicidad perfecta. Como medios naturales, el hombre posee facultades proporcionadas al fin que exige su naturaleza; una inteligencia capaz de conocer toda verdad; una voluntad libre capaz de tender al bien. Estas dos facultades permiten al hombre conocer y amar a Dios, que es la verdad y el bien por excelencia.

Pero, en la vida futura, Dios puede ser conocido y poseído de dos maneras: directa e indirectamente. Se conoce a Dios directamente cuando se le contempla cara a cara; e indirectamente, cuando se le percibe en sus obras. Viendo las obras de Dios, el hombre ve reflejada en ellas, como en un espejo, la imagen de las perfecciones divinas: de este modo se conoce a una persona viendo su retrato.

Ninguna inteligencia creada puede, con sus fuerzas naturales, ver a Dios de una manera directa. Ver a Dios cara a cara, tal como es en sí mismo, es verle como Él se ve, es conocerlo como Él mismo se conoce, es hacerse participante de un atributo que no pertenece sino a la naturaleza divina. Por consiguiente, si Dios se hubiera limitado a dejarnos en el estado natural, el hombre fiel, durante el tiempo de la prueba, por la observancia de los preceptos de la ley natural, habría merecido una felicidad conforme a su naturaleza. Hubiera conocido a Dios de una manera más perfecta que en esta vida, pero siempre bajo el velo de las criaturas. Hubiera amado a Dios con un amor proporcionado a este conocimiento indirecto, como un servidor ama a su dueño, un favorecido a su bienhechor. En este conocimiento y en este amor, el hombre habría hallado la satisfacción de sus deseos. No podía exigir más.

Tal es el orden natural. Este orden jamás ha existido, porque el primer hombre fue creado para un fin sobrenatural. Pero era posible. Según la opinión común de los teólogos, los niños muertos sin bautismo obtienen este fin natural... Gozan de una felicidad conforme a la naturaleza humana; conocen a Dios por sus obras, mas no lo pueden ver cara a cara: no contemplan su belleza inmortal sino a través del velo de las criaturas.

II. Orden sobrenatural – En este orden, el ser activo es siempre el hombre, pero el hombre transformado por la gracia divina, a la manera que el patrón rústico se transforma por el injerto.

El fin sobrenatural del hombre consiste en ver a Dios cara a cara, en contemplar la esencia divina en la plenitud de sus perfecciones. Un niño conoce mucho mejor a su padre cuando le ve en persona, cuando goza de sus caricias, que cuando ve su retrato. Esta visión intuitiva de Dios procura al alma un amor superior y un gozo infinitamente más grande. Así, ver a Dios cara a cara en su esencia y en su vida íntima, amarle con un amor correspondiente a esta visión inefable, gozar de Él, poseerle de una manera inmediata, he ahí el fin sobrenatural de los hombres y de los ángeles. Nada más sublime...

El fin exige medios, que deben ser proporcionados al mismo. Un fin sobrenatural pide medios sobrenaturales. El hombre necesita, para alcanzar, este fin superior, de luces que eleven su inteligencia por encima de sus fuerzas naturales; de auxilios que vigoricen su voluntad para hacerle amar al Sumo Bien, como Él merece ser amado. Estas luces y estos auxilios se llaman, aquí en la tierra, gracia actual y gracia santificante; en el cielo, luz de la gloria.

La gracia santificante es una participación de la naturaleza de Dios, según las hermosas palabras de San Pedro: Divinae consortes naturae; es una cualidad verdaderamente divina que transforma la naturaleza del alma y sus facultades y se hace en ella el principio de las virtudes y de los hábitos sobrenaturales, moviéndole a ejecutar actos que le merecen un galardón infinito: la participación de la felicidad de Dios. Por la gracia santificante, el hombre deja de ser mera criatura y siervo de Dios para convertirse en su hijo adoptivo y poseedor de una vida divina.

Así como el fuego penetra el hierro y le comunica sus propiedades, y entonces el hierro, sin perder su esencia, alumbra como el fuego, calienta como el fuego, brilla como el fuego; así también el alma, transformada por la gracia santificante, sin perder nada de su propia naturaleza, tiene, no ya solamente una vida humanao una vida angélica, sino una vida divina. Ve como Dios, ama como Dios, obra como Dios, pero no tanto como Dios. Ya no hay entre ella y Dios tan sólo una vinculación de amistad, sino una unión real. La naturaleza divina la penetra y el comunica algo de sus perfecciones. Sin embargo, el hombre no queda absorbido por esta transformación: conserva su naturaleza, su individualidad, su personalidad. La gracia no destruye la naturaleza, sino que la presupone y perfecciona.

Tal es el orden sobrenatural. Después de esto, se comprende bien que todas las obras hachas sin la gracia santificante nada valgan para merecernos el fin sobrenatural.


§ 4 ° OBLIGACIÓN DE ABRAZAR LA RELIGIÓN REVELADA

79. P. ¿Estamos obligados de abrazar la religión revelada?

R. Sí; todos los hombres están obligados a aceptar la religión revelada, a creer en sus dogmas, a cumplir sus preceptos y a practicar su culto. 

Siendo Dios la verdad suma y la autoridad suprema, tenemos el deber de creer en su palabra y obedecer sus leyes.

No hay libertad de conciencia ante Dios. Todo hombre nace súbdito de la verdad, y está obligado a profesarla en la medida de su conocimiento.

Dios, como Creador, posee un soberano dominio sobre todas sus criaturas. Al crearlas, no renuncia al derecho de perfeccionarlas. Después de haber dotado al hombre de una naturaleza excelente, puede elevarle, si así le place, a un destino más excelente todavía, con lo cual no sólo ejerce un acto de amor, sino también un acto de autoridad: da, pero quiere que se le acepte lo que da. Si la arcilla no tiene derecho para decir al alfarero: ¿Por qué haces de mí un vaso de ignominia?, menos puede decirle: ¿por qué haces de mí un vaso de honor? La obra no puede rehusar la perfección de que quiere dotarla el obrero.

Nobleza obliga es un axioma. Ahora bien, para el hombre, la cualidad de hijo de Dios, la vocación a la gloria del cielo, es la mayor de las noblezas. Quienquiera que llegare a delinquir contra ella, se hace culpable ante el Soberano Señor, y será tratado como esclavo, ya que no ha querido ser tratado como hijo. 

Aparte de esto, una vez establecido y probado el hecho de la revelación y de la venida del Hijo de Dios a este mundo, seríamos infieles a la razón misma y a la sana filosofía, si no creyésemos en la revelación. El pecado contra la religión revelada se convierte en pecado contra la religión natural, que enseña claramente que el hombre tiene obligación de someter su razón a la palabra de Dios, creyendo lo que enseña y practicando lo que manda.


80. P. Para enseñarnos la verdadera religión, ¿es necesario que Dios hable directamente a cada uno de nosotros?

R. No; esto no es necesario, y ni siquiera conveniente. Basta que Dios instruya a algunos hombres y les confíe la misión de enseñar a sus hermanos la verdadera religión y de probar la divinidad de la propia con señales evidentes. 

Para hacernos conocer la religión, Dios puede hablar directamente a cada uno de nosotros, o bien encargar a algunos embajadores que nos hablen en su nombre. El primer método se llama revelación inmediata, y el segundo, revelación mediata.

El primer método lleva consigo graves inconvenientes, y ésta es la razón por la cual Dios no podía, convenientemente emplearlo.

1° Si la revelación divina se hiciera a cada hombre inmediatamente, los impostores podrían dar como revelados por Dios los dogmas y preceptos que más le agradara seguir, sin que pudieran ser convencidos de mentira por la autoridad de una revelación pública y común, pues no existiría. Bien pronto se veían tantas religiones como hombres; con todos los males que pueden resultar de la ilusión y del fanatismo.

2° El género de revelación por vía de enseñanza y de autoridad es más sencillo, porque necesita menos de la intervención sobrenatural de Dios. Es igualmente eficaz: cuando los enviados de Dios nos hablan, estamos tan seguros de la verdad como si nos hubiera hablado Él mismo.

Basta que el hombre tenga señales ciertas para comprobar que los que han recibido de Dios la misión de transmitirnos sus disposiciones no se han engañado, ni nos engañan. ¿No se trataría de insensato y rebelde aquel súbdito que se negara a ejecutar las órdenes de su soberano, alegando que él no las ha recibido del príncipe mismo, sino de su intermediario?

3° Tampoco es necesario que cada hombre en particular sea testigo de las señales divinas que dan los legados de Dios para probar su misión. Si así fuera, habría que rechazar todo testimonio histórico, aunque nos ofrezca una verdadera certeza, la certeza moral, que excluye toda duda y aun la más ligera sospecha de error.


OBJECIÓN: ¿Por qué hay hombres intermediarios entre Dios y nosotros?

R. Rechazáis la religión revelada porque os ha sido transmitida por intermediarios entre Dios y vosotros; pero entonces, si sois consecuentes, debéis rechazar todo lo que habéis recibido de Dios por medio de los hombres: la vida, el alimento, el vestido, la educación, el lenguaje que habláis, el nombre que lleváis y los derechos que gozáis en la sociedad... Vuestra pretensión, pues, es absurda. 

¿Acaso no necesitáis de los hombres para nacer, alimentaros e instruiros? Pues bien, lo que es verdad para la vida natural debe serlo también para la religión. Entre Dios y nosotros median, en el orden natural, nuestros padres, nuestros maestros de ciencias profanas; entre Dios y nosotros, en el orden de la religión, existen los patriarcas, los profetas, los apóstoles, los sacerdotes, los embajadores de
Dios...

Todo lo que podéis exigir, con derecho, a estos embajadores son sus credenciales, las señales evidentes que prueban su misión divina. Nada más.



DECRETOS DEL CONCILIO VATICANO I SOBRE LA REVELACIÓN

Para convencernos de que la doctrina de la Iglesia sobre la necesidad de la revelación es la misma que debemos exponer, veamos lo que enseña el Concilio Vaticano:

“La santa Iglesia, nuestra Madre, afirma y enseña que Dios, principio y fin de todas las, puede ser conocido con certeza por las luces naturales de la razón humana, mediante las cosas creadas; porque las perfecciones invisibles de Dios se hicieron visibles, después de la creación del mundo, por el conocimiento que de Él proporcionan sus obras.

”No obstante, es más propio de la sabiduría y de la bondad de Dios el revelarse Él mismo a nosotros y descubrirnos los eternos decretos de su voluntad por otro medio, por un medio sobrenatural. Es lo que dice el Apóstol: Dios, que había hablado a nuestros padres muchas veces y de muchas maneras por los profetas, nos ha hablado en estos últimos tiempos y en nuestros días por medio de su Hijo. 

”Y gracias a esta revelación divina, todos los hombres pueden, aun en el estado presente del género humano, conocer prontamente, con certeza absoluta y sin mezcla de error, las verdades divinas que no son de suyo accesibles a la razón humana.

”Mas no por eso la revelación es absolutamente necesaria, sino porque Dios, en su bondad infinita, ha destinado al hombre a un fin sobrenatural, es decir, a la participación de los bienes divinos, que superan enteramente la inteligencia humana: pues ni el ojo del hombre vio, ni su oído oyó, ni su entendimiento pudo jamás comprender lo que Dios tiene preparado a los que le aman”.

Cánones. – 1° Si alguno osare decir que el Dios único y verdadero, nuestro Criador y Señor, no puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana, mediante los seres creados, sea anatema.

2° Si alguien dijere que no es posible, o que es conveniente que el hombre sea instruido por la revelación divina acerca de Dios y del culto que le es debido, sea anatema.

3° Si alguien dijere que el hombre no puede ser elevado a un conocimiento y a una perfección que superen a los naturales, sino que por sí mismo puede y debe, por un progreso perpetuo, llegar finalmente a la posesión de toda la verdad y de todo bien, sea anatema.






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