domingo, 11 de junio de 2017

R.P. Leonardo Castellani: Fiesta de la Santísima Trinidad




En aquel tiempo Dijo Jesús a sus discípulos: “Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos bautizandolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a conservar todo cuanto os he mandado. Y mirad que Yo con vosotros estoy todos los días, hasta la consumación del siglo”.
Mateo 28, 18-20



"El Evangelio de Jesucristo"
R.P. Leonardo Castellani


Fiesta de la Santísima Trinidad

En este Domingo, fiesta de la Santísima Trinidad, la Iglesia lee las últimas líneas del Evangelio de San Mateo XXVIII 18), que contienen la misión dada solemnemente a los Apóstoles de “enseñar a todos los pueblos”, y el sello de la revelación del misterio de la Trinidad divina; y la promesa de Cristo de estar con los suyos hasta el Fin del Mundo. Esta aparición de Cristo a los Once tuvo lugar en una montaña de Galilea, no sabemos cuál; y fue la última de las nueve apariciones antes de la Ascensión que conocemos; que suman por tanto diez. Algunos dicen que fueron trece las apariciones de Cristo, contando otras dos que menciona San Pablo (“A Santiago y a quinientos hermanos juntos”) y la del mismo San Pablo. Pero la aparición a los quinientos discípulos es probablemente la misma Ascensión; y la aparición a San Pablo fue una visión intelectual y no corporal, puesto que los que estaban con él “nada vieron”. Trece o doce o diez, lo mismo da. Ya bastan para despertar nuestra fe.

El misterio de la Trinidad divina es una revelación cristiana: en el Antiguo Testamento no está, a no ser adumbrada en fugaces alusiones, como cuando en el Génesis Dios dice: “Hagamos al hombre a imagen nuestra”; en los tres Angeles que aparecieron a Abraham hablando como uno solo; y en la mención del “Espíritu de Dios” hecha ocasionalmente. Pero en su predicación, Cristo reveló poco a poco, como era prudente, la existencia de tres principios personales en el Dios único del monoteísmo israelita; y en esta sesión solemne, en la cual mostró sus patentes –por decirlo así– y delegó su misión de Salvador a su Iglesia, Cristo puso el sello a la revelación cristiana, diciendo: “Id, y enseñad a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.” Solamente en el nombre de Dios se bautiza; es decir, se limpia del pecado; y Él puso el nombre de Dios en tres nombres; y no dijo “bautizad en los nombres” sino “en el nombre”, en singular. Tres hipóstasis o principios personales con vida propia, en un solo Dios. Durante su predicación, Él se había contradistinguido netamente del Padre; y después había proclamado cada vez más neta y categóricamente que el Padre era una cosa con El, un mismo ser. listo produjo escándalo en los fariseos, vieron allí una blasfemia, y quisieron matarlo por ella, ya en la Sinagoga de Nazareth, en su segunda predicación galilea, segundo año de vida pública, al comienzo:


“–¿Por cuál beneficio que os he hecho me queréis dar la muerte?
–Por ningún beneficio, sino porque ¡siendo Hombre, te haces a ti mismo Dios!


Sin embargo Cristo no retira su palabra, antes la prosigue más ardidamente, adagio rinforzando como dicen los músicos, aun ante la amenaza de muerte. “¡Bienaventurado aquel que de mí no se escandalizare!”. Ante Cristo, la reacción necesaria es, o el escándalo, o el salto osado de la fe. Los fariseos se escandalizaron: allí delante estaba un hombre de la provincia, vestido con la túnica blanca, el cinturón y el manto de los rabbíes, sandalias en los pies, y el turbante blanco ceñido por una vincha roja sobre la cabellera nazarena; el cual afirmaba que era una misma cosa con el Jehová único e invisible... “¡Hay un solo Dios!”. No lo negaba Cristo, sino que intentaba revelar un misterio más alto, la vida interna del Dios único. Si Dios no es trino, Cristo no puede haber sido Dios.

En cuanto a la Tercera Persona, que había aparecido en forma de paloma en su bautismo, al mismo tiempo que sonaba arriba la voz del Padre, Cristo la manifestó claramente en su Sermón-Despedida: el Espíritu de Dios es distinto del Padre y del Hijo, pertenece al Padre y al Hijo, y es Dios: Cristo le atribuye todas las operaciones propias de Dios; y toda operación racional se atribuye a la persona, al Yo. Nos guste o no nos guste, según el Evangelio en Dios hay tres personas en una sola natura: inclinase aquí la presunción del intelecto humano. ¿Y por qué no nos habría de gustar? El alma del hombre, que es imagen de Dios, es a la vez un Yo, sujeto verbal de todos sus actos; es un Intelecto o Verbo; y es un Amor o Voluntad; y estos tres son Uno; puesto que mi Intelecto no es una parte de mi Ser Espiritual, es todo mi Ser Espiritual; y mi Voluntad no es una parte de mi Yo, es mi Yo. A esta comparación, defectuosa y todo, acude continuamente San Agustín para ilustrar –no para probar– el dogma misterioso de la Trinidad. Probar no se puede con ningún argumento, fuera de la autoridad divina revelante. Se puede mostrar que no es un absurdo; es decir, deshacer los argumentos de los que contienden que es un Absurdo. Nada más.

El espíritu moderno resiste a este dogma presuntuosamente; y ha creado para sustituirlo varias trinidades fútiles o monstruosas; como la Trinidad de Hegel, basada en el mismo análisis del espíritu humano, y en los recuerdos de la teología cristiana que estudió en el Seminario de Leipzig. La Idea en sí, la Idea para sí, y la Idea en-si- para- sí, que se distinguen entre si, constituyen el solo Espíritu Absoluto, y no hay otro Dios ni otra realidad fuera de él; y él al final se manifiesta en –y no sale fuera de– ¡la Conciencia del hombre! Así pues el dogma de la Trinidad, envuelto en niebla germánica y en una complicada terminología, se convierte en un panteísmo sutil que va a desembocar en la adoración del Hombre; la gran herejía de nuestros tiempos, la última herejía, que será, según la predicción de San Pablo, el sacrilegio del Anticristo: “el cual se exaltará y levantará sobre todo lo que es Dios, sentándose en el Templo de Dios, y haciéndose adorar como Dios” (II Tes II, 4).

El mundo de hoy –dice el poeta Kipling– no cree en más Tres-en-Uno que en El, Ella y Ello; es decir, la pareja humana y su ratono... único.... Kipling fue un buen poeta inglés, que como tantos contemporáneos, idolatró: puso su talento a los pies de un ídolo. Su ídolo fue el Imperialismo Inglés; o, si quieren, simplemente el Imperio Inglés, divinizado en su ánimo. El ídolo le pagó su devoción como pagan los ídolos, incensando su nombre de escritor, multiplicando sus ediciones, imponiéndolas oficialmente: en suma, dándole los bienes terrenos de que es dueño. Kipling, el bravío poeta de la jungla vuelto el poeta de Su Graciosa Majestad, llegó a cobrar como royalties una libra esterlina por línea. Sus últimos anos fueron tristes. Su poesía y sus cuentos, que ostentan el brillo más alto del arte, muestran hoy de más en más sus pies de barro. El imperio que él adoró estaba ya en su ocaso. Obra mortal de las manos del hombre, no era imperecedero ni divino.

En una poesía bastante buena, The Married Man (El Hombre Casado), donde compara la manera de pelear del soltero y del casado en la guerra del 14, dice Kipling:


Porque Él y Ella y Ello (1)
nuestro solo uno en tres
Por él todos nosotros ansiamos concluir nuestra tarea
Y volver a casa a nuestro té. (2)


Es otra imagen de la Trinidad, pero asumida heréticamente; pues en efecto, también la familia humana, Padre, Madre e Hijo, es otra figura de las relaciones íntimas que hay en el seno de la Divinidad. La familia de Nazareth, San José, Nuestra Señora y el Niño, también reflejaron la Trinidad divina, lo mismo que el alma de cada ser humano: allí sin relación sexual alguna existió la paternidad y el vínculo conyugal realmente. Y por virtud de la Divinidad que las llenaba, tres almas fueron como una sola.

Esta imagen no es muy usada por la Iglesia, porque unos herejes antiguos dijeron que el Espíritu Santo era mujer, y pusieron sexo en Dios, haciéndolo por ende corporal y material; y fueron condenados. Pero si la división en sexos de los vivientes tiene una razón ontológica, es decir, es una esencia y no una casualidad, entonces el principio de lo femenino en lo creado debe existir también eminenter en el Creador de todo lo que es, si no me equivoco; y esto no lo ha condenado la Iglesia. De hecho, la palabra con que Cristo nombró al Espíritu Santo es femenina en arameo; aunque sea masculina en nuestras lenguas grecolatinas. ¿Y cómo entonces el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo? ¿Por ventura la madre procede del padre y del hijo? Aun eso es susceptible de explicación; pero no nos metamos en andróminas, no sea que salgan sospechándonos de kerinthianos, que es lo único que nos faltaba. ¿Por qué mencionar entonces esa imagen peligrosa? Kipling la ha mencionado antes, no yo; y muchos otros, incluso algunos doctores católicos contemporáneos, como el abate Joseph Grumel.

Así que Cristo en esta aparición nona terminó su revelación rotundamente y envió a sus Apóstoles con toda su autoridad a ensenarla. “Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra; así pues, id y ensenad a todos los pueblos...”. La misión esencial de la Iglesia jerárquica es enseñar. ¿Enseñar Matemáticas y Filosofía? Ensenar “a guardar todo aquello que yo os he mostrado”, la doctrina de la Fe y de la Caridad. Lo demás no está mal, pero para lo demás no tienen los curas autoridad directa de Cristo: si enseñan Matemáticas deben saberlas; y si no las saben, aprenderlas.

Para esta enseñanza salvífica, Cristo les prometió especial asistencia: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los tiempos hasta el fin del mundo”; o como dice el texto griego “hasta la consumación del siglo”. ¿Incluye esta promesa la consumación del siglo, el período del Anticristo, o la excluye? Yo no lo sé. Lo que sé es que Cristo no abandonará jamás a los suyos. Y sé también que de este texto no puede deducirse ni la infalibilidad del Papa -aunque no la excluye- ni que la Iglesia ha de triunfar siempre en sus empresas temporales –como algunos presumen– ni que en ella no habrá nunca errores accidentales o focos de corrupción; ni mucho menos una especie de temeraria infalibilidad personal y poder de prepotencia en favor de sus ministros más allá los límites claros y precisos en que su autoridad legítimamente se ejerce. Porque ha habido siempre y hay por desgracia quienes con decir “¡Jerarquía, Jerarquía!” quieren que uno se trague todo lo que ellos piensan, creen, dicen o hacen; lo cual es una increíble y muy dañosa falta de jerarquía, cuando el que no ve quiere guiar al que ve, y el que no sabe, enseñar al que sabe; como di)o mi tocayo, paisano y patrono San Jerónimo Dálmata en su Epístola XL VIII, 4.


En el nombre de la Santísima Trinidad, el Misterio Sumo y la Paradoja de las Paradojas, se hizo esta nación; o por lo menos se hizo su Capital, que francamente parece querer volverse toda la nación. Nuestro antepasados hicieron sus testamentos, encabezaron sus leyes y fundaron las ciudades principales de este país “en nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas en un solo Dios verdadero, e de la gloriosísima Virgen su bendita Madre, e del Apóstol Santiago, luz e espejo de las Españas, e de su Majestad el Señor Rey Felipe el Segundo, como su Capitán e leal criado e vasallo suyo, yo Joan de Juffré...”.


Notas

1. “El Niño” es género neutro en inglés.
2. The Five Nations, poesías durante la Gran Guerra, p.190.






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